Mi educación primaria la desarrollé en un centro
escolar llamado “la libertad” ubicado en algún lugar de este gran país. Lo que
nunca comprenderé es a qué libertad hacía referencia este centro educativo pues
el sabor que me dejó fue diferente.
He de compartir que a como muchos nos pasa durante
nuestra infancia, ir a la escuela significaba a mis escasos 5 años un gran
sueño.
Que iba a saber que me enfrentaría a un modelo de
educación escolar con prevalencia de métodos represivos. Una educación diseñada
para hacernos empleados/as, trabajadores/as y ciudadanos/as sumisos/as ante
el poder establecido que nos enseña a aceptar la represión como algo legítimo a
lo que tienen derecho los que ostentan el poder y que tenemos que aceptar
resignados/as y hasta con sentimientos de culpabilidad.
Es impresionante como desde niños nos van “domando”
en esa mentalidad del miedo, de callar, de respetar la normatividad que diseñan
los que tienen “poder” a la medida de sus intereses. Un modelo que acorta la
expresión libre de sentimientos y pensamientos.
Recuerdo que “la libertad” quedaba a una
distancia considerable de mi casa, pero me daba igual, yo quería ir a la
escuela. Eso era lo que me importaba nada más. Compartir con otros niños y
niñas, aprender, jugar, salir de la casa.
Aquí estudiaba mi hermano, mis primos y primas. Más
emoción me generaba cuando acompañaba a mi mamá, que por la misma distancia,
siempre iba por ellos. Y así inicié en el 96 mi primer grado.
A pesar de todas las expectativas que me
formé de ir a la escuela, hoy en día mí experiencia de educación primaria la
comparo con una academia militar. No olvido la impresión de miedo que generaba
la directora de la escuela. Toda una general. De ella prefiero omitir su nombre. A la fecha anda por los 85 años (y continua siendo la directora).
En mis recuerdos está grabada como una señora de
piel blanca y de avanzada edad, pelo muy corto, las canas ya se mostraban. Acostumbraba
usar rollos o “huesitos” en su cabello al iniciar la semana (como doña Florinda), ya entre la semana se los quitaba y su cabello quedaba rizado. Su
cuerpo robusto con una postura muy rígida, un rostro extremadamente serio, del
cual raramente mostrara una sonrisa al alumnado. Siempre con zapatos de tacón
alto, medias, y traje muy elegante.
Su voz siempre muy fuerte. No necesitaba micrófonos
ni megáfono, ni otro aparato modulador de la voz para dirigirse a todo el
alumnado en formación matutina, o después del recreo, que era la segunda
formación.
En su aparición durante la primera formación, solo
al pronunciar “buenos días”, el miedo iniciaba a brotar. Todos debíamos repetir
“buenos días directora” a forma de coro.
Ella siempre se mostró muy religiosa. Sus discursos
estaban orientados a una vida “correcta” lejos de lo “malo” de lo “pecaminoso”
como “buen cristiano”. Mientras ella hablaba todos/as escuchábamos muy atentos
bajo el lema “cuando el maestro habla, el alumno escucha”.
Nadie se atrevía a interrumpir, sí y solo sí que
fuera por problemas de salud. Algún desmayo o mareo. Muchos chavalos y
chavalas que por no desayunar, el estar tanto tiempo de pie les generaba mareos
y por miedo no le decían a su maestra ni a nadie del malestar, y de pronto
caían desmayados. También habían otros que el desayuno les generaba algún
malestar. Solo así podían romper fila.
Las orientaciones para la formación eran “Firmes,
brazo de distancia, pecho erguido, pies juntos”. El proceso matutino era
así: Primero un saludo o “bienvenida” al alumnado donde siempre se aludía a
Dios por “un nuevo día que nos regalaba” para pasar luego a entonar “las notas
sagradas de nuestro himno nacional”, seguido del himno de la escuela “grandiosa
escuela de la libertad”. Las orientaciones para entonar el himno eran: “Firmes...
manos saludo”, y al terminar se escuchaba “listos... dos”, ahí todos rompíamos
el saludo de nuestra mano derecha que colocábamos a la altura del pecho.
Regresaba su posición normal, emitiéndose un ruido al chocarla con el
extremo de la pierna al bajarla.
Así se pasaba al discurso. Cada día era diferente.
No sé cómo le hacía, pero diario nos tenía uno. Entre los sermones de la
directora de pronto teníamos que repetir todos algún versículo de la Biblia,
enseñado por ella, según el tema de lo que estuviese refriéndose. Recuerdo “Más
hágase todo decentemente y con orden. 1 de Corintios 14:40”. O bien “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:13”.
Luego del discurso repetíamos, siempre bajo su
dirección, un salmo de la biblia completo. Variaba por mes. El salmo 1, 23, o
el 100 eran algunos. Había uno que era cantado, que por cierto era uno de los
más que le encantaban a la directora. Como olvidarlo, el salmo 121, que inicia
así 1. “Alzaré mis ojos a los montes ¿de dónde vendrá mi socorro? 2. Mi
socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”. Como olvidar la
emoción e inspiración que mostraba la directora al entonar ese salmo. Por cierto,
a mi me gustaba memorizarlos.
Cuando nos enseñaba un salmo nuevo extrañaba el
anterior. Pero por momentos regresábamos a los viejitos. Recuerdo el primer
versículo del salmo 1 “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejos de
malos, ni anduvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha
sentado”. Comparto que luego de repetirlo, me recriminaba algo “malo” que en
algún momento del día anterior había hecho. Así todos y todas andábamos un
nuevo testamento en nuestras mochilas.
Después de repetir el salmo venía la revisión del
uniforme completo: zapatos negros, pantalón azul, camisa blanca por dentro del
pantalón, insignia de la escuela, corbata los hombres y corbatín las mujeres.
Quien no lo anduviese completo se le hacía pasar frente a todos a un extremo de
la tarima principal y luego se le castigaba con 50 ó 100 líneas “Debo traer mi
uniforme completo”. A estos los acompañaban aquellos y aquellas que llegaban
tarde “Debo venir temprano a la escuela”.
Así pasábamos por orden de grado, y siempre con la
orientación de la directora, a nuestra aula. Por la duración de tal formación
es que, como había dicho anteriormente, en ocasiones más que algún alumno
presentaba mareos, peor aun cuando no había desayunado.
La segunda formación la realizábamos luego del
recreo. Habían dos timbres: el preventivo y el decisivo. Con el primer timbre
buscábamos como ir al baño o tomar agua, e irnos acercando al auditorio a la
espera del segundo. Ya cuando sonaba el decisivo pasábamos a formar. En ausencia
de la directora alguna maestra podía presidir dicho momento, pero generalmente
lo hacía ella. Los castigos aquí eran más abundantes.
Iniciaba la formación con la revisión de el “vaso y
el limpión”, que por “normas de higiene y salud” era obligatorio para el
alumnado. La revisión era grupo por grupo, debíamos levantar nuestra mano y
mostrarlo. “Segundo grado su vaso y su limpión”. Y ahí el castigo, de 50 a 100
líneas para quien no lo anduviera: “Debo traer mi vaso y mi limpión todos los días”.
Si alguno era encontrado durante el recreo tomando agua en las manos o
colocando la boca directamente en el grifo para calmar su sed, ya sabía que le
esperaba.
Otros castigos que se imponían en esta formación
eran simplemente “por jugar”. Sí, es verdad. Era normal ver a al alumnado
sentado en las bancas de la escuela conversando y degustando su merienda o lo
que compraran en el cafetín. Pero también había de los “rebeldes” que no se
conformaban con pasar 30 minutos estáticos. A veces reincidentes, otras veces
no.
Todo juego que “atentara contra nuestra seguridad y
la de los demás” resultaba prohibitivo. Podría mencionar “Arriba” “Chirrín,
chirrín canoa” “La muralla china”, incluso fútbol. Los juegos de azahar también
eran motivos de castigo, aun cuando no se apostara dinero. Así los juegos con
cartas o “la monedita” también eran parte de la lista de lo prohibitivo. Ni que
decir de “el conejo de la suerte”.
Pero que nos quedaba por hacer. Los “chinos”
generalmente estaban enllavados. Raras veces estaban disponibles para
entretenerse con éstos. Y cuando estaban desencadenados no daban abasto para la
cantidad de alumnado que desease usarlos. Por otro lado, para quienes estaban
en grados más altos, esto no significaba ya ningún atractivo. Las opciones de
entretenimiento eran limitadas.
Los castigos variaban. Y aquí me incluyo a la lista
de alumnos que fueron reprendidos por jugar. Como olvidar la única vez que
jugué fútbol en la escuela. Otras por jugar arriba, sobre todo cuando estaba en
tercer grado. Recuerdo los chilillos de guayaba que cortaba la directora.
También la senda regla de madera que tenía en la dirección. Y no cortaba los
chilillos, ni tampoco tenía la regla para amenazar nada más ni para adornar su
oficina. A los chilillazos o reglazos que nos daban le seguían el estar de
rodiillas frente a la pared de la dirección con las manos en la cabeza durante
el tiempo que consideraba necesario. Y de los sermones ni que se diga.
En ocasiones no se pasaban a los “infractores” a la
dirección, sino que se castigaban en el mismo auditorio. Todavía tengo la
imagen de compañeros arrodillados y con las manos en su cabeza en el auditorio.
Cuando atrapaban a alguien durante el recreo, antes
de la formación, por quejas que otro alumno llegara a poner a la dirección, tal
vez por venganza o simplemente por creer “hacer lo correcto”, se exponía al
“infractor” afuera de la dirección con las manos en la cabeza. A mí me pasó una
vez. Estaba en segundo grado, pero no fue por un juego. Se me culpó de
haber empujado a un compañero de clase, y haberle generado una herida en su
ceja cuando salíamos a recreo. Acto del cual nunca comprendí porque se me
culpó. A la fecha me sigo preguntando. Pero el castigo si lo sufrí. Mis
compañeros pasaban y uno más que otro se reía. No lo olvido, recostado a la
pared, mis manos adoloridas sobre la cabeza, mis ojos llorosos y mi respiración
muy acelerada. Y en mis adentros tratando de recordar ¿en qué momento hice eso
de lo que me culpan? Pero era mi palabra contra la de quien me culpó. Nunca
pregunté a esta persona sus motivos de acusarme, solamente deje de hablarle y
empecé a verlo con remordimiento.
En ocasiones, los implicados en algún juego eran
llegados a retirar a su aula luego del receso con una lista de nombres-dados
por soplones-y llevados a la dirección para recibir su lección por
“desobedecer las normas de la escuela”, por presentar un comportamiento de
“indisciplina”. Daba cólera cuando se castigaba a unos y otros se les dejaba
pasar por lazos de familiaridad con la directora. Aunque no siempre pasaba así,
pero cuando estaba en tercer grado llegaban por una parte del grupo que
anduviese jugando algo y siempre un sobrino de la directora, aunque lo
acusáramos, no era llevado a la dirección.
Las maestras, pues todas eran mujeres, algunas
reproducían los compartimientos de la directora. Pero no todas. Otras eran muy
dulces, amables y accesibles. Recuerdo que había una cuando estaba en tercer
grado que me agarraba la tetilla con fuerza por encima de la camisa, con la
punta de sus dedos y me remolineaba por estar hablando con mi compañero o
compañera de al lado. Eso sí siempre fui muy hablantín.
Había otra maestra que nunca me dio clases-por
gracia de Dios- pero entre nosotros rumorábamos que sería en un futuro,
por su carácter, la sustituta perfecta de la directora. La vez que más se
inmiscuyó en mi grupo de clase fue cuando estaba en quinto grado. Una vez que
la maestra andaba en la dirección, pues la habían mandado a llamar. En el grupo
empezamos a hacer un relajo y esta profesora llegó, nos regañó y nos impuso
elaborar los números del 1 al 5000 como castigo.
Una, que sí me dio clases, delante del grupo
contaba la reacción de los padres o madres de familia al notificarles nuestras
“indisciplinas”, provocando la burla de otros hacia el alumno del que se
estuviese refiriendo.
Así el elaborar 50, 100, 500 líneas, o los números
del 1 al 5000, el sometimiento a castigos severos, el escuchar sermones
religiosos de la directora, fueron siendo parte de la vida cotidiana de quienes
estudiábamos en “la libertad”. Robotizando nuestras vidas. Prohibido jugar,
prohibido equivocarse, prohibido hablar, prohibido contradecir, prohibido romper
reglas, prohibido descubrir. Todo resultó prohibitivo.
¿Tendrá este modelo escolar represivo repercusiones
en el alumno? Por supuesto que sí. La educación más que un derecho humano
universal es un factor fundamental para el desarrollo de las personas,
comunidades y países. Esta debe garantizar la formación plena e integral de
cada individuo, dotado de una conciencia crítica, científica y humanista,
desarrollar su personalidad y el sentido de su dignidad, capacitarlo para que
asuma tareas de interés común.
Pero el modelo educacional en el cual me desarrollé
al parecer ignoraba las verdaderas premisas de la educación. Por el contrario,
promueve la formación de ciudadanos/as sumisos/as ante el que detente el poder,
sin voz ni voto para oponerse.
Recuerdo que este modelo educativo me pareció tan
normal (fueron 6 años dentro de ese ciclo, toda mi primaria) que yo decía, en
aquellos tiempos, que si hubiese secundaria en esa escuela hubiera
continuado para culminar mi bachillerato ahí, y otros y otras también compartían
lo mismo. Inocentes de nosotros/as. Hubiesen sido 5 años más bajo ese modelo.
No culpó a mis padres por haberme dejado
desarrollarme en este ambiente, pues para ellos eso era “disciplina”.
Y digo porqué se permitía que un modelo escolar así
se dejara implementar como si nada, hasta se le premiaba con la categoría
“Escuela modelo”, y así poco a poco, en términos de infraestructura fue
mejorando, bien por ese aspecto. Pero ¿cuándo no? Si llegaban a supervisar
autoridades del Ministerio de educación, durante el recreo todo calmo, en las
aulas igual, y se mantenía completamente limpio porque hoja por hoja bajo un
rol de limpieza, los/as alumnos/as por grupo de clase, debíamos limpiar la
escuela, de lo que no me quejo, pues ese sí que fue un buen hábito.
Solo me pregunto ¿Cuántos niños y niñas sufrirán de
un modelo escolar autoritario y represivo? ¿A qué retos apunta la educación de
hoy? ¿Qué podemos hacer para aprender a reconocer y frenar la violencia? ¿Qué
hacen las autoridades educativas para reducir o desaparecer por completo la
violencia escolar? Hay muchas otras formas de violencia escolar, por ello
considero que los esfuerzos se deben de doblegar. Por ahí dice un viejo
dicho “Las letras no entran con sangre si no con el deseo de aprender”. Mi
llamado a todos los sectores del país ¿Cuál es el modelo educacional al que
apuntamos? ¿Qué estamos haciendo por mejorarlo? Y a la ciudadanía ¿Qué estamos
haciendo por mejorar la educación?
No comparto esta anécdota para desprestigiar a
nadie, ni tampoco por haber sido mal alumno, porque nunca fue así, simplemente
es una reflexión de como la violencia nos pasa por inadvertida sobre todo
cuando no la conocemos y como hasta aprendemos a convivir con ella como si
fuera “normal” ese estilo de vida. Así como este modelo escolar represivo y
autoritario ha tenido repercusiones en mí, no deseo que otros u otras también
se desarrollen bajo modelos similares.
De igual forma exhorto al diálogo abierto entre
padres e hijos, que permita el escucharse unos a otros y pueda así, el hijo o
hija, compartir situaciones que le estén generando algún tipo de malestar
físico o emocional en su escuela (bullying, acoso sexual, etc). También demando
un modelo educacional que forme ciudadanos/as libres de decidir, de pensar,
de criticar, de elegir, de equivocarse.
*Rescatado de mis archivos del 2011.