Noté su buen sentido del humor,
sin embargo, le cuestioné comentarios sexistas y machistas. No le agradó tanto
la idea, pero se mostró respetuoso. Él preguntaba poco sobre mí, y yo
aprovechaba para hacerle más preguntas porque contestaba sin reparo, sobre todo, eso de ser ingenioso en la cama.
Me habló de trabajo voluntario
comunitario, de su ideología política y ser tolerante con quienes profesaban otra.
De pronto me preguntaba como afrontaba el fío norteño, sonreí y le dije que estar con suéter lo decía todo.
Luego más se unieron a la
conversación y perdí el tono intimista
con él. Sin embargo, no me aparté de su lado, y los encuentros de nuestras
miradas ya tenían un toque distinto, y eso me gustó.
Él me resultaba ser como una de
esas típicas fantasías de adolescente. Su apariencia era la de un chico masculino, que
va al gym o que hace ejercicios con frecuencia. Usaba camisola y sus brazos,
pecho y abdomen se veían sólidos. Y un toque de sensualidad, desde mi punto de
vista, lo daban unos tatuajes en sus brazos.
Yo me sentía desinhibido por
completo, creo que como nunca, él me interesaba y no se lo ocultaba. Él lo
percibía y en ningún momento me evitó.
Poco a poco, los demás fueron
desapareciendo de escena y volvimos a estar solo los dos. Su mirada era tan
penetrante, que nuestros cuerpos acabaron conectándose, ya no solo a través de miradas.
Disfruté ser espectador de su
cuerpo sin ropa y estimularlo con mis inquietas y curiosas manos, ¡cómo obviar
una felación! Para mí eso era más que suficiente, pero no para él, quien me
sorprendió como todo un jinete, dándose lugar a la unión total de nuestros
cuerpos ¡Vaya que sí, era ingenioso en la cama!
Fue mi primera vez, si la primera
vez que sucedió por voluntad y deseo propio. No me enamoré de él, ni él de mí. Simplemente,
reaccionamos y materializamos nuestros deseos. Luego de nuestro encuentro, cada
quien retornó a su camino. Él a reencontrarse con su chica, y yo a escribir
sobre esta aventura.
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