Ya caía la noche y empezaba a
invadir el típico frío de diciembre. Nos Dejamos guiar por la curiosidad hasta
que buscamos la manera de encontrarnos solos.
Empezamos a besarnos. Me resistía
a dejar de sentir su sabor. Mientras eso pasaba, la ropa iba deslizándose. Su
ropa interior era blanca y le iba muy bien, pero creí que era mejor si desaparecía
de escena.
Mis manos detectaron una finura
en su piel, que mis labios y mi lengua no pudieron evitar recorrer todos sus
rincones. No podía evitar jugar a explorar su cuerpo, morderlo con mis labios o
suavemente con mis dientes, acariciarlo con mi lengua para sentir su sabor.
Noté que eso le provocaba cosquilleos y sonreía.
Él no se oponía a mi toqueteo. Su
respiración se aceleraba más, y el tono de su piel clara empezaba a enrojecerse
un poco. De sus pectorales me fui hasta su boca. Me sentí tan adicto a sus
labios y al roce de su lengua con la mía.
Luego todo tomó más movimiento, y
el juego de matar la curiosidad que ambos teníamos llegó a su punto de éxtasis.
Me preguntaba si estaba bien, y le decía que sí, y no detenía su operación.
Sentía su agitada respiración, hasta que de pronto una relativa calma me
invadió, y por unos minutos pausamos, para luego darle play y continuar, hasta
que él también llegó a ese momento espiritual. Nos abrazamos muy fuertes, nos
besamos hasta que el cansancio nos llevó al mundo onírico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario