Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas
como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que
exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se
cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es
mezquino, sucio y pérfido.
Ernesto Sábato. El túnel.
Al descubrir lo que aquel misterioso obsequio ocultaba, se exaltó
mucho mí espíritu. Lo necesitaba. Fue confortante. Emotivo. Mi ser
se inundó de una tremenda susceptibilidad. Además me ofrecía un
agregado. Se me abría una oportunidad, en la cual podía conciliar
algo que aparentemente había perdido.
Me invadió también el suspenso. Le había sido entregado algo similar. Ambos debíamos tomar una decisión. Tambaleé mucho. De hecho ha sido una de las decisiones más difíciles. Era mi tánatos versus mi eros. Una lucha entre mí yo y mi alter ego. Batallé por conseguir un balance.
Pensaba en la actitud que tendría al verle, qué le diría. De la misma forma, su reacción, sus palabras. Miles de interrogantes invadieron mi pensamiento. No comenté absolutamente con nadie la incertidumbre que me poseía. Sin embargo, notaron que algo en mí no estaba bien, que evidentemente algo había cambiado en ese día. Precisé que se equivocaban. Negué con descaro, con rostro que recibe con extrañeza lo que se le señala.
Utilizaba mi típica frase “nada, nada me pasa” ante toda interpretación que de mi comportamiento se me hiciera. Quizás fui muy evidente. Trataba de evadir comentarios, me distraían, me aturdían. De hecho, tratando de “adivinar”, decían cualquier cosa, pero aun no podía decir nada.
Era incierto lo que me esperaba y temí ser imprudente. Traté de concentrarme y comunicarme asertivamente con mi otro yo. Revisé en mi celular la hora. El tiempo avisaba que se acercaba el momento. Era cuestión de enfrentarlo o evadirlo.
No se de dónde me armé de valentía, dejé a un lado el orgullo, y opté por ir. Di fin a mi faena del día y me despedí entre medio de murmuraciones. No puse atención. No he de negar que me emocionaba la idea de que a quien, como había dicho, en apariencia había perdido, esperara ya en aquel sitio. Llegué con anticipación al lugar indicado con ansias, nervios y dudas.
Ese día era ventajoso para el comercio. Mucha gente circulaba de un lado para otro. Junto a mí había otras personas que mostraban estar a espera. Con obsequios y muy bien vestidos. A diferencia mía, mostraban en su rostro completa seguridad que llegarían por ellos. Y en efecto. Con la misma seguridad que aguardaban por ellos, aparecían otros, y entre señales de afecto uno entregaba a otro algún presente, y luego era testigos de sus partidas, juntos, contentos.
Para disimular mi larga estadía, que ya a cualquiera le parecería extraña, revisaba constantemente mi celular, y hacía parecer que me escribía con alguien, como que fuera a quien esperaba. De pronto se me dio abrir mi bolso y saqué un folleto, y ante miradas de que decían “que loco” puse a leerme, o simular que lo hacía.
Por momentos, varios, me fijaba en la en la multitud, buscaba con la esperanza de que viniera, que quizás no me encontraba, que tanta gente le había hecho confundir el punto de encuentro. De pronto recordé algo que ambos compartíamos -la impuntualidad-.
Decidí darle más tiempo a la espera, pero me sofocaba. El miedo invadía mi ser. Era un hecho. No llegaría. Ya no era ni necesario el chat que recibí "Me ha escrito, no llegará, tenía otro compromiso, tranquilo". Me pareció un pretexto. Claramente que lo era.
Empezaba a reprocharme, cuan tonto e iluso había sido. Que hubiese hecho caso omiso a aquel encuentro que con buena intención nos habían programado. Que tanta lucha con mi alter ego para nada. La verdad que sentí ganas de llorar. Decidí caminar, solo con la soledad que invadía mi existencia, como un loco, sin ningún rumbo.
Pensaba en cuanto daño, cuanto desencanto había provocado para ser merecedor de su rechazo. Me sentí como un monstruo, que el haberlo conocido tanto, conllevo a generar la distancia, el rechazo, y más fuerte aun, el olvido. Y sí lo acepto. Me lo merecía. Conocerme más allá de todas mis máscaras le llevó a enterarse de la verdadera persona que soy, y que debía huir, no siendo necesaria ninguna explicación, ningún adiós, ningún hasta pronto, todo se interpretaba fácilmente.
Recibí otro mensaje de texto "Cumpliste tu parte, tranquilo". Me dirigí a buscar un helado. Lo compré y busqué donde sentarme. Mi cuerpo yacía en ese espacio, pero mi mente navegaba entre ideas que iban y venían. Era como que mi espíritu había abandonado mi cuerpo, y permanecía inerte.
Mecánicamente comía ese helado, como justificación de permanecer aun ahí. Luego decidí partir, se hacía tarde. Entre miradas hacía el vacío llegué a mi casa. Al estar acostado, en mi cabeza rondaban muchas ideas, hasta que en medio de vueltas y vueltas, acomodándome de una manera u otra, logré dormitar. Al despertar me conmocioné al recordar el sueño que tuve. Mientras ansiosamente le esperaba, llegó y de lejos le veía en su rostro grabada su tierna y particular sonrisa. Dijo una palabra: "Dímelo", como esperando una explicación de mi camaleónica personalidad, supongo. Seguidamente expresó: "Debía hacerlo", infiriendo yo que pudo haberlo hecho –su abandono- porque lo necesitaba.
De mí boca no salió ni una sola palabra. Entre sollozos fuertemente nos abrazamos, de una manera reconfortante hasta que fui lentamente despertando y aquella imagen se fue disolviendo. Me di cuenta que no le he perdido. Que sigue ahí. Que en mis pensamientos está siempre presente lo que significó para mí que los caminos de nuestras búsquedas hubiesen tenido algo en particular y que la vida me regalará el privilegio de conocerle, compartir magníficos momentos, definitivamente imborrables, pues su huella queda impregnada en mis más profundos y recónditos recuerdos. Hoy por su rumbo, yo por el mío, persiguiendo nuestros sueños, quizás en otra vida nuestras búsquedas vuelvan a tener algo de coincidencia. O al menos en el mundo de los sueños.
Me invadió también el suspenso. Le había sido entregado algo similar. Ambos debíamos tomar una decisión. Tambaleé mucho. De hecho ha sido una de las decisiones más difíciles. Era mi tánatos versus mi eros. Una lucha entre mí yo y mi alter ego. Batallé por conseguir un balance.
Pensaba en la actitud que tendría al verle, qué le diría. De la misma forma, su reacción, sus palabras. Miles de interrogantes invadieron mi pensamiento. No comenté absolutamente con nadie la incertidumbre que me poseía. Sin embargo, notaron que algo en mí no estaba bien, que evidentemente algo había cambiado en ese día. Precisé que se equivocaban. Negué con descaro, con rostro que recibe con extrañeza lo que se le señala.
Utilizaba mi típica frase “nada, nada me pasa” ante toda interpretación que de mi comportamiento se me hiciera. Quizás fui muy evidente. Trataba de evadir comentarios, me distraían, me aturdían. De hecho, tratando de “adivinar”, decían cualquier cosa, pero aun no podía decir nada.
Era incierto lo que me esperaba y temí ser imprudente. Traté de concentrarme y comunicarme asertivamente con mi otro yo. Revisé en mi celular la hora. El tiempo avisaba que se acercaba el momento. Era cuestión de enfrentarlo o evadirlo.
No se de dónde me armé de valentía, dejé a un lado el orgullo, y opté por ir. Di fin a mi faena del día y me despedí entre medio de murmuraciones. No puse atención. No he de negar que me emocionaba la idea de que a quien, como había dicho, en apariencia había perdido, esperara ya en aquel sitio. Llegué con anticipación al lugar indicado con ansias, nervios y dudas.
Ese día era ventajoso para el comercio. Mucha gente circulaba de un lado para otro. Junto a mí había otras personas que mostraban estar a espera. Con obsequios y muy bien vestidos. A diferencia mía, mostraban en su rostro completa seguridad que llegarían por ellos. Y en efecto. Con la misma seguridad que aguardaban por ellos, aparecían otros, y entre señales de afecto uno entregaba a otro algún presente, y luego era testigos de sus partidas, juntos, contentos.
Para disimular mi larga estadía, que ya a cualquiera le parecería extraña, revisaba constantemente mi celular, y hacía parecer que me escribía con alguien, como que fuera a quien esperaba. De pronto se me dio abrir mi bolso y saqué un folleto, y ante miradas de que decían “que loco” puse a leerme, o simular que lo hacía.
Por momentos, varios, me fijaba en la en la multitud, buscaba con la esperanza de que viniera, que quizás no me encontraba, que tanta gente le había hecho confundir el punto de encuentro. De pronto recordé algo que ambos compartíamos -la impuntualidad-.
Decidí darle más tiempo a la espera, pero me sofocaba. El miedo invadía mi ser. Era un hecho. No llegaría. Ya no era ni necesario el chat que recibí "Me ha escrito, no llegará, tenía otro compromiso, tranquilo". Me pareció un pretexto. Claramente que lo era.
Empezaba a reprocharme, cuan tonto e iluso había sido. Que hubiese hecho caso omiso a aquel encuentro que con buena intención nos habían programado. Que tanta lucha con mi alter ego para nada. La verdad que sentí ganas de llorar. Decidí caminar, solo con la soledad que invadía mi existencia, como un loco, sin ningún rumbo.
Pensaba en cuanto daño, cuanto desencanto había provocado para ser merecedor de su rechazo. Me sentí como un monstruo, que el haberlo conocido tanto, conllevo a generar la distancia, el rechazo, y más fuerte aun, el olvido. Y sí lo acepto. Me lo merecía. Conocerme más allá de todas mis máscaras le llevó a enterarse de la verdadera persona que soy, y que debía huir, no siendo necesaria ninguna explicación, ningún adiós, ningún hasta pronto, todo se interpretaba fácilmente.
Recibí otro mensaje de texto "Cumpliste tu parte, tranquilo". Me dirigí a buscar un helado. Lo compré y busqué donde sentarme. Mi cuerpo yacía en ese espacio, pero mi mente navegaba entre ideas que iban y venían. Era como que mi espíritu había abandonado mi cuerpo, y permanecía inerte.
Mecánicamente comía ese helado, como justificación de permanecer aun ahí. Luego decidí partir, se hacía tarde. Entre miradas hacía el vacío llegué a mi casa. Al estar acostado, en mi cabeza rondaban muchas ideas, hasta que en medio de vueltas y vueltas, acomodándome de una manera u otra, logré dormitar. Al despertar me conmocioné al recordar el sueño que tuve. Mientras ansiosamente le esperaba, llegó y de lejos le veía en su rostro grabada su tierna y particular sonrisa. Dijo una palabra: "Dímelo", como esperando una explicación de mi camaleónica personalidad, supongo. Seguidamente expresó: "Debía hacerlo", infiriendo yo que pudo haberlo hecho –su abandono- porque lo necesitaba.
De mí boca no salió ni una sola palabra. Entre sollozos fuertemente nos abrazamos, de una manera reconfortante hasta que fui lentamente despertando y aquella imagen se fue disolviendo. Me di cuenta que no le he perdido. Que sigue ahí. Que en mis pensamientos está siempre presente lo que significó para mí que los caminos de nuestras búsquedas hubiesen tenido algo en particular y que la vida me regalará el privilegio de conocerle, compartir magníficos momentos, definitivamente imborrables, pues su huella queda impregnada en mis más profundos y recónditos recuerdos. Hoy por su rumbo, yo por el mío, persiguiendo nuestros sueños, quizás en otra vida nuestras búsquedas vuelvan a tener algo de coincidencia. O al menos en el mundo de los sueños.
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