“Tu
voz es muy melancólica, no está en sintonía con las demás”. “Empezás a hablar y
ya puedo darme cuenta que sos gay”. “¿Por qué hablás como que anduvieras
siempre cansado”. “Aprendé a modular esa tu voz”. “¿Estás seguro que querés
grabar con tu voz?”.
En primaria varias veces me
remolinaron la tetilla por mi chillona y escandalosa voz, un compañero de la
universidad hacía teatro-comedia imitándome como hablo, he hecho pasar vergüenzas
a amigas y amigos en karaokes, mi voz tampoco entra en el estándar de voz
armoniosa-estética para hacer radio (comercial y no comercial).
En este sistema patriarcal y
machista nuestros cuerpos están expuestos a perversas fijaciones en busca de
todo aquello que pueda dañar nuestra autoestima y oprimirnos cada vez.
Yo amo mi voz, así como todo
mi cuerpo. Gordo, con tetas (como me dijo un especialista del bullying), chaparro,
moreno y quien me conoce sabrá que más agregar. Si otros no ven la armonía que
yo si siento, no me hago responsable de sus percepciones sobre mí.
En particular, sin mi voz,
no sería lo mismo salir a calle a protestar y corear con mis colegas activistas
consignas que denuncian las tóxicas implicancias de los abusos de poder.
Sin esta voz disonante no
disfrutaría tanto burlarme del sistema haciendo lo que los hijos del
patriarcado se han empeñado tanto en impedirme.
Ilustraciones: Yale Molly Williams
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