domingo, 9 de febrero de 2014

Necesitamos amor para sobrevivir



No me da pena compartir que desde el pasado mes de septiembre pase a ser un ciudadano más fuera del empleo formal. No obstante, mis responsabilidades laborales culminaron hasta el mes de diciembre, tiempo en el que metí candela para cerrar sin cabos sueltos esa faceta. 

El tener la mente ocupada aun sin tener ingresos financieros, me funcionó como mecanismo de defensa para no agobiarme por la condición de desempleado. Y con mis ahorros pude subsistir hasta cierto momento. 

Pero la crisis tenía que llegar, y por supuesto, hizo de las suyas. Les digo que uno de los fantasmas más temibles con los que un joven profesional puede enfrentarse en la vida es el desempleo. Y como si ese flagelo no fuera suficiente, se suman los constantes interrogatorios de gente que está más pendiente de la vida de otras/os que de las suyas, que suelen preguntarte ¿y ahora qué harás? ¿Seguís sin pegue? Y en sus interrogatorios no escuchás ¿puedo apoyarte en algo? 

Sí, el desempleo es fatal. De pronto escuchás en tu casa que se fue el gas, que ya es tiempo de cancelar la matrícula de la sobrina abandonada por sus padres o alistarla para la escuela, del toque de Carga Cerrada en El Caramanchel, o se te acaba el plan de mensajes de texto, y uno se las tiene que hacer del ciego, sordomudo plan Shakira xD. 

Y qué tal tratar de conciliar el sueño. Eso resulta una completa batalla, pensando y recontrapensando en gente a quien contactar, lugares que visitar, y abatirse en el duro dilema ¿o algo de lo mío, o lo que salga? 

Por un momento se me ocurrió “pero tenés tantas redes de amigas/os, contactos en organismos de sociedad civil y en agencias de cooperación, que han sido espacios donde has acumulado experiencia laboral, y con frecuencia hay licitaciones para consultorías o vacantes para trabajo fijo”. Y fue cuando me decidí a escribir a algún que otro de esos contactos, pero que va, si acaso clavaban el visto en el imbox o se limitaban a un “ok”.  Aunque otros de alguna manera me están compartiendo información. 

Y así me sumergí al empleo informal. No es una forma estable para subsistir, pero hace que uno pueda tener ingresos dignamente. Con ello agradezco enormemente a esas personas que han reconocido mi potencial y me han buscado para cosillas sobre lo mío. 

A la fecha decidí no agobiarme, pero tampoco detener la búsqueda. Y he puesto atención al lado claro del desempleo. Me he dado cuenta de lo indispensable que es el amor para sobrevivir en la vida.
He podido desapegarme de lo tóxico. He tenido el chance de fortalecer vínculos afectivos con mi familia, con mis amistades. Me he podido entregar sin contratiempos a labores de voluntariado social y he disfrutado mucho, no saben cuánto, ver a niñas/os contentos de degustar gratuitamente una comida nutritiva, cosa que en sus hogares no siempre pueden tener. 

He podido integrarme más a luchas políticas que creo justas y también aportar a otras/os desde los conocimientos que he adquirido en mi paso por espacios de juventudes. Me he juntado con otras/os jóvenes y hemos coincidido en lo bonito que es ponerle acción a nuestras ideas para denunciar lo que huele mal y transformar para bien colectivo lo que sea necesario para vivir bien, pero de veras. 

Mi cuarto tiene el orden que la esclavitud laboral me impedía. Está disminuyendo la lista de libros de mi bitácora literaria que aguardaban en lista de espera. He tenido chance de reencontrarme con esas viejas e inolvidables amistades del cole, pero sin duda alguna que la compañía que más que he saboreado ha sido la que me he dado yo mismo. 

Sí, es feo estar fuera del empleo formal, pero hay otras formas de jugarse la vida. Todo está en evitar caer por sobre todas las cosas del mundo en el bloqueo mental. Y así le voy, con proyectos individuales y colectivos sobre rieles, acompañado fuertemente de mi familia, amigas/os y otras/os aunque con sigilo, están ahí pendientes, a su manera y eso me llena de buena vibra.  

Quiero cerrar citando un planteamiento que solía compartirnos en el aula de clase uno de mis grandes maestros, que fue tutor de me tesis monográfica, y que me recordara recientemente por email “hay dos formas de transitar la vida: con ética o sin ella. Siempre y cuando tengás claridad del terreno que pisás, tu norte nunca cambiará en tu brújula ética”. 

  


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