miércoles, 18 de octubre de 2017

Aquel taxista homofóbico

Una noche de sábado en la zona de la avenida universitaria, dos amigos y yo esperábamos taxi para ir a nuestras casas. Un taxista contra la vía nos hizo señas si queríamos abordar taxi y de largo dijimos a dónde íbamos. Nos dio precio de la carrera que nos pareció justo y giró hacia donde estábamos. Cuando subimos al auto, volvimos a repetir a nuestras direcciones y afirmó que yo le había dado otra dirección y tajantemente dijo ahí me iba a dejar.

Cuando le pedimos que se detuviera, que nos bajaríamos porque no era la ruta negociada, comenzó a decirnos que le pagáramos el precio total de la carrera si queríamos bajar, no habíamos ni llegado a Metrocentro. Entre una discusión tensa, en la que se oponía a detenerse y dónde el miedo también nos invadía, expresó finalmente que iba a llevarme donde yo decía, pero seguía renegando.

Cuando mis amigos bajaron en su dirección, anotaron el número de la placa del auto, por seguridad mía. Eso agravó la situación. Ya viéndome sin la compañía de mis amigos, más vulnerable, sacó a relucir la homofobia que lo carcomía “no vuelvo a montar cochones a mi taxi, son peor que mujeres”, “¿tus amigos maricones piensan que soy delincuente? repetía una y otra vez, y también “si yo quisiera los hubiera llevado a la delegación policial y digo que me venían tocando, para que los echaran presos, a mí me iban a creer más”.

Cabe decir que todas las ofensas, aquel taxista homofóbico, las repetía mientras sonaba el discurso de un pastor en una emisora religiosa que venía sintonizando. Traté de hacerle ver que era discriminatoria su actitud, qué cómo podía suponer que éramos homosexuales y si ese fuera el caso, porqué lo usaba para ofender.


Lo atemorizó el decirle que podíamos circular su placa en las redes sociales a manera de denuncia, advirtiendo a otras/os compañeras/os y que eso le afectaría fuertemente en su trabajo. Al dejarme en mi dirección, extendió la mano y pidió disculpas, no sé cuanta sinceridad había en él, pero agradecí a la vida que no haya extendido su mano para agredirme ¿Llegaste bien Frank? Decía el mensaje de mis amigos al revisar el celular dentro de casa.  


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