sábado, 4 de enero de 2014

Un diario de dos




Poner orden en mi cuarto ha sido reencontrarme con mil cosas. Tarjetas de amigas/os, libros que daba por extraviados, recortes de caricaturas de esos tiempos de niñez como dragon ball o pokemon,  esos exámenes que la pegaba con lo que valían  y otros que escondía porque no quería que nadie viera, un puño de material informativo recibido en ferias de organizaciones de sociedad civil y ONG`s, cuadernos con hojas de chat entre medio sobre algún por menor en el aula de clases, o con poemas suicidas que en alguna crisis existencial escribí, o de rebeldía contra el sistema. 
 
Sin duda alguna, muchas cosas merecen seguirlas conservando, y otra gran cantidad como que están buenas para reciclaje. He de contar que uno de los hallazgos más importantes ha sido una libreta. Ella es muy especial. La daba por perdida y no esperaba volverla a tener entre mis manos. 

Esa libreta es un diario de dos. De un chico taciturno y una chica nihilista. Empezó allá en el 2008, cuando leíamos por asignación de nuestra maestra de crítica literaria, El túnel, de Ernesto Sábato. Los diálogos ahí contenidos están impregnados de tanta metafísica al estilo Juan Pablo Castel y María Iribarne. 

Empezamos con pláticas superficiales hasta convertirlas en intimistas. Nos llegamos a conocer como nadie más podría hacerlo. Ella preguntaba, yo contestaba, y viceversa. Un día yo traía la libreta a mí casa otro día lo hacia ella.

Alcanzamos un alto nivel de confianza. Conversábamos de nuestras personalidades, de nuestros sueños, nuestros fantasmas, nuestras formas de ver el mundo, y algún que otro detalle cotidiano. 

Ambos funcionábamos como consejeros uno del otro, pero no del que dice cómo vivir tu vida, sino el que te ayuda a reconocer cuanto talento tiene uno para conquistar lo que se propone. En aquellos tiempos yo pasaba la mayor crisis de autoestima, y ella una etapa nihilista. 

El existencialismo que a ambos con acompañaba en esos tiempos de cierta manera nos llevó a que transitáramos por el mismo túnel y nos escoltáramos de los fantasmas que nos agobiaban. 

Era de esperarse, en algún momento las páginas de la libreta no dieron para más. Pensamos que era señal de que el método debía tener variantes, que debía evolucionar, pero nunca fue igual. Hoy si acaso nos saludamos cuando nos encontramos en la realidad o la virtualidad. 

Siempre pensamos que éramos dos  locos porque desnudábamos nuestras personalidades en una libreta y cara a cara nos costara tanto hacerlo. Ella ha logrado mucho, y pienso que ahora si cree en el amor. Yo tampoco estoy sumergido en aquella espantosa crisis de autoestima, pero sí de vez en cuando sufro crisis de nostalgia, recordando y extrañando a quienes ya no están igual que antes. 



 

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