Poner
orden en mi cuarto ha sido reencontrarme con mil cosas. Tarjetas de amigas/os,
libros que daba por extraviados, recortes de caricaturas de esos tiempos de
niñez como dragon ball o pokemon, esos
exámenes que la pegaba con lo que valían y otros que escondía porque no quería que
nadie viera, un puño de material informativo recibido en ferias de organizaciones
de sociedad civil y ONG`s, cuadernos con hojas de chat entre medio sobre algún por
menor en el aula de clases, o con poemas suicidas que en alguna crisis
existencial escribí, o de rebeldía contra el sistema.
Sin
duda alguna, muchas cosas merecen seguirlas conservando, y otra gran cantidad
como que están buenas para reciclaje. He de contar que uno de los hallazgos más
importantes ha sido una libreta. Ella es muy especial. La daba por perdida y no
esperaba volverla a tener entre mis manos.
Esa
libreta es un diario de dos. De un chico taciturno y una chica nihilista. Empezó
allá en el 2008, cuando leíamos por asignación de nuestra maestra de crítica
literaria, El túnel, de Ernesto Sábato. Los diálogos ahí contenidos están
impregnados de tanta metafísica al estilo Juan Pablo Castel y María Iribarne.
Empezamos
con pláticas superficiales hasta convertirlas en intimistas. Nos llegamos a
conocer como nadie más podría hacerlo. Ella preguntaba, yo contestaba, y
viceversa. Un día yo traía la libreta a mí casa otro día lo hacia ella.
Alcanzamos
un alto nivel de confianza. Conversábamos de nuestras personalidades, de
nuestros sueños, nuestros fantasmas, nuestras formas de ver el mundo, y algún que
otro detalle cotidiano.
Ambos
funcionábamos como consejeros uno del otro, pero no del que dice cómo vivir tu
vida, sino el que te ayuda a reconocer cuanto talento tiene uno para conquistar
lo que se propone. En aquellos tiempos yo pasaba la mayor crisis de autoestima,
y ella una etapa nihilista.
El
existencialismo que a ambos con acompañaba en esos tiempos de cierta manera nos
llevó a que transitáramos por el mismo túnel y nos escoltáramos de los
fantasmas que nos agobiaban.
Era
de esperarse, en algún momento las páginas de la libreta no dieron para más.
Pensamos que era señal de que el método debía tener variantes, que debía evolucionar,
pero nunca fue igual. Hoy si acaso nos saludamos cuando nos encontramos en la
realidad o la virtualidad.
Siempre
pensamos que éramos dos locos porque desnudábamos
nuestras personalidades en una libreta y cara a cara nos costara tanto hacerlo.
Ella ha logrado mucho, y pienso que ahora si cree en el amor. Yo tampoco estoy
sumergido en aquella espantosa crisis de autoestima, pero sí de vez en cuando
sufro crisis de nostalgia, recordando y extrañando a quienes ya no están igual
que antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario