¿Cómo aprendemos a amar?
¿Por qué decimos que el amor se hace? ¿Por qué se dice que hombres y mujeres
amamos diferente? Estas son preguntas que nos invitan a analizar cómo el uso y
abuso del poder están muy presente en el establecimiento de vínculos afectivos.
Yo recuerdo que algunas de
las insistentes preguntas que me hacían familiares adultxs cuando ya iba a la
escuela eran ¿Ya tenés novia? ¿Te gusta alguna niña? ¿Cómo es? Incluso empezando
la secundaria, una vez que llegó a mi casa una compañera de clases a hacer una
tarea conmigo, un tío que andaba de visita, cada vez que pasaba cerca, me
insinuaba con miradas y gestos evidentes que metiera la mano debajo de la mesa
para tocarla ¡Que nefasto! Obvio que no lo hice.
Platicando Sin-Vergüenzas
sobre la campaña ¿Y vos, cómo hacés el amor? con mi equipo de comunicación, se me
movieron muchos recuerdos sobre cómo he aprendido a amar, cómo ha pasado por mi
cuerpo ese sentimiento que nos hace ver la vida de colores cuando lo vivimos
con intensidad, pero que también nos genera frustraciones cuando encontramos limitantes
para que fluya plenamente, tristeza cuando se acaba y nos cuesta asimilar esa
realidad o dolor cuando esa experiencia fue atravesada por vicios del tóxico
amor romántico.
Todas y todos tenemos mucho
que compartir sobre el amor. En mi caso, desde chamaco supe que los cuerpos
masculinos eran los que más atracción y deseo me provocaban, sin embargo debía
ocultarlo.
No podía expresar con
libertad esa orientación sexual, por todos los mandatos masculinos
heterosexualcentristas que en la escuela, la iglesia y la familia me metían en
la cabeza sobre cómo debía ser un hombre “correcto”. Y yo me lo creía tanto,
que en oraciones que hacía cada noche y cada mañana o cuando la culpa me atacaba,
pedía a “Dios” que me gustaran las niñas como a los niños “normales”.
De esta manera aprendí a
amar en secreto. Y en ese amar encubierto tendía a confundir los apegos y
enamoramientos con el amor. Todo me parecía igual. Eso sí, creo que “el amor a
primera vista” no lo experimenté. Mi situación era que mis amistades con chicos
a veces se tornaban tan pegajosas que terminaba subiéndoseme la bilirrubina,
como dice Juan Luis Guerra.
Por esa condición, la
mayoría de mis amores de niño, adolescente y todavía empezando los veinte,
fueron platónicos. Los tenía ahí tan cerca, pero debía callar ¡Qué locuras las
que uno vive con esos amores “inalcanzables”! Sobre todo la música alucinante que
a uno le agarra por escuchar.
Lo chistoso en esos amores
platónicos era que todxs se daban cuenta menos esa persona. Aunque yo no lo
dijera y me lo guardara solo para mí, otrxs sospechaban porque había hechos que
me delataban.
Me gustaban las
conversaciones con ellos, estar con ellos, la inteligencia, la manera de
sonreír o el sentido del humor. Siempre había algo que me dejaba confuso entre
lo que era amistad, deseo o amor. Claro que cuando estaba niño esas reflexiones
no las tenía tan claras como hoy. En aquellos tiempos todas esas vivencias en
mi cuerpo las asociaba con amor.
De pequeño, sin embargo,
siempre sentí culpas por experimentar esas emociones de las que con nadie podía
hablar. Eso por mucho tiempo me llevó a limitarme en el compartir muy cercano con
hombres, esquivando saludos afectivos y reduciéndolos a un simple movimiento de
cabeza –el típico oe- o bien un apretón de manos.
Claro que tenía mis filtros.
Siempre los tuve y los tengo. No todo hombre que consideraba amigo o que tenía
cierta aproximación me generaba confusiones entre el trinomio
amistad-deseo-amor.
Confieso que en la
actualidad, ya asumido políticamente como un hombre gay, todavía se me complica
esto de las amistades con hombres. Me toca combatir con la creencia machista
qué las personas LGBT somos “acosadoras”.
Me ha tocado, incluso con
amigos cercanos, poner límites en mi demostración de afecto, y con otros, sobre
todo de mi misma orientación sexual o que verdaderamente se cuestionan la
masculinidad hegemónica, no pasa nada con eso de inventar barreras. Abrazos o besos
en la mejía, son algo tan natural en nuestro trato cada vez que nos saludamos.
“Me
seduce un cuerpo cuando hay una mente lo que mueva”,
como plantea un célebre diálogo de la película Martin Hache. No todos los hombres
me gustan erótica y afectivamente. Por lo general el pensamiento heterosexual y
homofóbico refuerza que todo gay quiere sexo con todo hombre-pene, porque desde
luego, no se cuestionan la desgenitalización del placer.
Lidiar con esto es
complicado a veces, aunque por lo general no le pongo mente. Tampoco me muero
por una amistad con un hombre. Mi círculo de amistad está mayormente compuesto
por mujeres. Particularmente encuentro mucho en común en las experiencias que
vivimos y compartimos.
Poco a poco, me he ido
liberando de esa manera secreta de amar. He aprendido a entregarme pero también
poner límites. A diferenciar entre enamoramiento, el amor erótico-afectivo y las
relaciones homoafectivas y heteroafectivas. Voy a tratar de explicarme como
concibo cada una de estas experiencias.
El enamoramiento lo
comprendo como una fuerte atracción que puede acabar con una cita –sexual o no-
o bien puede que ocurran encuentros ocasionales –sexuales o no- o simplemente
sueños húmedos porque el deseo puede ser fuertísimo, pero quizás no sea
recíproco. Por lo general, algo conspira en el universo, que me coloco más acá.
El amor erótico-afectivo, ese
que mueve el piso –más de lo normal-, pero que el sentimiento se va reafirmando
y acrecentando en el compartir con esa persona. Puede ser posible o platónico
en caso de no ser correspondido. Sean cortos o duraderos, dejan huellas en
nuestro historial amatorio con todo y sus altibajos.
La homoafectividad y la
heteroafectividad, esas amistades con hombres y mujeres que provocan otros
placeres. A quienes quiero muchísimo como amigxs, que disfruto al extremo cada
encontrada con ellxs, con los que puedo ser cursi en la virtualidad y realidad,
conversar de ciertos temas sin restricciones, muy leal, que a veces lxs
celo pero me esfuerzo por controlarme, que me ponen histérico por ciertas
cosas pero ya luego se me pasa. Ellxs están bien colocadxs en el plano amistad
–aunque nunca se sabe, dicen por ahí xD-.
Del tóxico amor romántico
aun no puedo decir que estoy totalmente libre. Las personas LGBT no estamos
exentas de reproducir esas dañinas recetas del amor idealizado. Igualmente
hemos crecido expuestos a la industria televisiva heteropatriarcal y a los discursos
religiosos que orientan cómo debe vivirse el “verdadero amor”. Los mandatos también
han trastocado nuestros cuerpos.
Reconozco que todavía hay
muchísimo en mí que revisar en este asunto de hacer el amor y maravillosamente el
feminismo me está dando muchas pistas para seguir sacudiendo mis ideas y prácticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario