A
cuántas personas no les he caído en gracia por uno de mis tantos
“defectos”: suelo reír demasiado y de todo, hasta lo más tonto
del mundo, a veces de nada. Que absurdo. Sí, y es algo inevitable.
De pronto empiezan hacía mí las miradas de incomodidad o los
interrogatorios obsesivos, de qué ríes? Porqué ríes? Tal y como me
sucede con una compañera de oficina.
Hay
unos que ya están conscientes de esto, aun así, ello no implica que
no les moleste mi indisciplina.
Y
es que cuando algo me produce gracia, no hay nada que me detenga, ni
el hecho de estar en reunión o evento con personas con las que debo
guardar mi cordura por su “posición jerárquica”. No pienso en
los efectos, nunca lo pienso, solo río, aunque me esfuerce por
controlarme. Pero cuando quiero, si puedo.
Hasta
en un funeral me ha sido imposible comportarme. Recuerdo, por
ejemplo, en el sepelio de una colega a la cual nada más conocía por
su padecimiento, el caso de una religiosa que se confundió de
difunto y llegó a hacer oración a la tumba equivocada, pidiendo
disculpas al final. Y lo peor del caso, como pasó ese día, es que cuando veo que otra
persona también ríe, me contagio y es imposible contenerme, y
aveces, desato un caos total.
De
adolescente no olvido cuando mi maestra de sexto grado, que en paz
descanse, me sacó de la clase por eso, por reírme, qué
indisciplinado no?
Como
olvidar el llamado de atención que recibí junto a una compañera de
trabajo por contagiarla también, de la risa. Empezábamos pasantías en una
organización y para mí fue incontenible no haberme reído de tan
desesperante situación que me causó el tono de voz irritable, insoportable y aparte, el interminable discurso de una chica que
asistió a una actividad que teníamos en dicha organización. Solo
debía presentarse!!! Es que aveces soy intolerable, y la risa es el
medio a través del cual exteriorizó la desesperación que me causan
algunas situaciones. Así como ésta que comparto. En esa ocasión,
aparte de mí y mí compañera, otros más rieron, lo recuerdo como
si hubiese sido ayer. Estaba obligado a recibir ese llamado de
atención asumiendo mi culpa y mi falta de respeto.
Definitivamente
que la etiqueta y el protocolo no es para mí, y no es primera vez
que lo digo ni lo pienso. Río de lo quiero, y aveces de lo que no
quiero, desagrado a la gente, incomodo, molesto. Sin embargo de algo
estoy muy claro, que burlesco no soy, no me gozo del infortunio de
nadie, más que del mío, sí también río de mí. En el bus, en mí
cuarto, en la calle, en mí trabajo. Que si soy un loco, si lo soy.
Un loco más en este mundo, tenebroso
y maloliente a como refiere Onetti.
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