¿Qué son las culpas? ¿Flagelaciones
a nuestros cuerpos y nuestra conciencia por obra de la hipócrita moral
cristiana? ¿Justificaciones a la violencia machista por obra del sistema
patriarcal? Se me dio por compartir algunas pinceladas donde las culpas en unos
casos me reprimieron deseos, y en otros, pretendieron atribuirme una
responsabilidad que no tenía por qué cargar nunca jamás.
Recuerdo que de pequeño en
la primaria, desde primer grado, me decían que me gustaban dos niñas. Yo no
estaba seguro de sentir alguna atracción, sin embargo a veces me daba por ser
detallistas con ellas y les regalaba tarjetitas con mensajes de amistad que en varias
ocasiones yo mismo hacía. Algunos compañeros me coreaban “Franklin se muere por un amor que no le conviene, no le conviene, no le
conviene”.
Era chistoso porque de lo que
si llegue a estar seguro era que me gustaba un compañerito de clase que conocí desde
segundo grado. Nos hicimos bien amiguitos. Compartíamos merienda que lleváramos
de casa, lo que comprábamos en el recreo, hablábamos de gokú y otras series
animadas que veíamos, no nos asignaron estar juntos en el aula de clase, pero siempre nos
buscábamos para estar estar charlando. Era una relación muy afectiva. Recibí varios pellizcos
en la tetilla por parte de mi maestra o regaños por ese compartir.
Con él todo llegó hasta
tercer grado. De pronto dejó de llegar a clases. Su mamá notificó que estaba
enfermo y perdió el año. Obvio que me puse triste. Ya luego lo matricularon nuevamente
en la misma escuela, pero en turno vespertino porque lo catalogaron como
repitente y ese era el castigo -otro turno-. Nuestra amistad nunca más fue la misma. Si acaso lo veía en
actividades patrias o de la “hispanidad” donde juntaban a los dos turnos de la
escuela.
Nuestra directora era
religiosa, siempre nos hacía repetir versículos y un salmo completo que
cambiaba cada mes. Nos lanzaba discursos de cómo ser buenos siervos de “Dios”.
Entre tantas disertaciones salió aquello de que los homosexuales, las brujas, prostitutas y no sé quienes más, no heredaran el reino de los cielos (me da pereza buscar una biblia y justo ahora que escribo no estoy conectado a internet para guglear y citar textualmente). También hablaba bastante del pudor, hacía reseñas de lo perdida que estaba la juventud de esa década –los 90- y señalaba como tenía que ser una buena mujer y un buen hombre, para que tomáramos esos consejos.
Entre tantas disertaciones salió aquello de que los homosexuales, las brujas, prostitutas y no sé quienes más, no heredaran el reino de los cielos (me da pereza buscar una biblia y justo ahora que escribo no estoy conectado a internet para guglear y citar textualmente). También hablaba bastante del pudor, hacía reseñas de lo perdida que estaba la juventud de esa década –los 90- y señalaba como tenía que ser una buena mujer y un buen hombre, para que tomáramos esos consejos.
Con tanto fundamentalismo religioso me creí que aquello que yo sentía por mi
compañero era un “pecado” ¿Qué crueldad que a un niño se le haga sentir eso no? Bien podía decir que me gustaba determinada niña y no pasaba nada, no
obstante eso que sentía por mi amiguito era algo que debía guardarme solamente
para mí, por lo que nunca lo comenté con nadie. Fue uno de mis tantos secretos de armario de niñez.
Cuando fue pasando el tiempo,
fui conociendo más de religiones, y claro que también me fueron atrayendo otros
compañeritos. Visité la iglesia católica y evangélica pero fue la en la
religión mormona donde me bautizaron a los nueve años, aunque todo el tiempo lo
negué. Me daba pena porque no tenía otro compañero o compañera que lo fuera, me
daba pena pertenecer a una religión que nadie más compartía en mi grupo de la escuela, temía ser foco de burlas, porque eso solía suceder.
Yo decía que era católico,
que era bautizado y confirmado en esa religión. Las oraciones las aprendí en
rezos de nueve días, en novenas a la purísima, o bien bastaba ir a una misa
para aprenderse las aburridas y repetidas oraciones católicas. Eso me salvaba
para no ser expuesto a que descubrieran que era mormón, Iglesia a la que iba cada domingo
con mi mamá o mi tía y mi hermano, donde en varias ocasiones me tocó repartir la santa cena , vestido bien formalito (jaja).
El sentimiento de culpa iba
en aumento. Creía que un mal espíritu me hacía pensar que sentía atracción por
niños. Por las mañanas al despertar y por las noches antes de dormir, me
arrodillaba y pedía a “Dios” que alejará de mí esos “malos pensamientos” y que
me ayudara a que solo me gustaran las niñas como a los demás niños, que me
convirtiera en un niño “normal”.
A veces le decía a ese
“Dios” que estaba confundido y que ayudara a aclararme, pero ese “Dios” solo me
recetaba culpas y condena. También recuerdo que llegué a odiarme, porque yo
creía que estos deseos no se iban porque “no ponía de mi parte”.
Y así fui creciendo,
cargando con la culpa y con tantos fundamentalismos. Así llegué a la adolescencia, y con el comienzo en la secundaria. Empezándola arribó un huésped a mi casa. Era amigo de un primo de mi familia materna. Él era un universitario, de una zona rural, se había
quedado sin presupuesto para alquilar un cuarto. Llegó por un tiempo. Poco
a poco ese lapso se fue prolongando y alcanzó estar casi tres años en casa.
Si estaba inseguro de mis impropios deseos, pues acá fui
aterrizando más. Me fui aclarando que los cuerpos masculinos me atraían mucho.
Algo tenían que me subían la bilirrubina.
Claro que no todo cuerpo, algunos en particular, como este chico. Me atraía, me provocaba sueños húmedos, pero todo se mantuvo a nivel platónico.
En mi etapa final de la
secundaria, cuarto y quinto año, me tocó estar en la misma sección de un chico
que desde lo conocí en primer año, me despertó gran interés. Él
era un cerebrito. Eso me gustaba. Además yo lo veía bonito. Extrañamente con él
nunca pude tener una amistad a pesar que se sentaba detrás de mí. Algo pasaba
ahí. Tuvimos alguna que otra plática pero ligerísima. Me gustaba mucho pero no pude
entrarle ni a un nivel de amistad. Era extraña la situación, como que ambos nos evitábamos. No sé.
A pesar de irme
descubriendo, sabía que había una sociedad hipócrita en la que alguien como yo
no cabía. No hablaba con nadie de esos temas, mi foco fue los estudios, y así
me justificaba. Siempre decía que me interesaba centrarme en las clases y sacar
buenas notas que en andar pensando con quien jalar.
A propósito de jalar, la
masturbación fue otro rollo. Recuerdo que el discurso mormón dirigido a
adolescentes y jóvenes decía que había que evitar todo pensamiento que
alimentara el deseo sexual, porque eso era pecado y no agradaba a Dios. Cero pornografía, cero besos y toqueteos en el
noviazgo, cero masturbación ¿qué paja no?
Y otra vez yo. oraciones de mañana, de tarde, de noche, pidiendo a “Dios” que alejara de mi esos infernales deseos. No era solo la
masturbación, era también en lo que pensaba o lo que veía mientras lo hacía. La culpa iba
subiendo de nivel. Y con eso de que “Dios está en todas partes”, pues se
imaginarán como escalaba la maldita culpa.
Sin embargo, la culpa más
tóxica fue la que me provocó un macho que se sintió con toda propiedad sobre mi
cuerpo para descargar en mí deseos que yo nunca compartí con él y que en todo
momento que sometió mi cuerpo a sus asquerosas fantasías, en todo momento le
dije que NO, que No quería, que me dejara, pero ni mi voz ni mis fuerzas fueron
suficientes. Siempre cargué con la culpa que el culpable era yo porque pude
evitarlo, que yo generé ese escenario para que eso ocurriera. Pero NO, no tuve
culpa de NADA.
Los escenarios han cambiado ¿Justo y necesario no? Permitir que las culpas dominen nuestros cuerpos, es altamente peligroso. Las culpas estimuladas por los fundamentalismos religiosos solo buscan que renunciemos a la mujer y al hombre que queremos ser para cumplir a cabalidad con las normas heteropatriarcales y a la vez tratan de justificar todo abuso de poder en sociedades machistas y patriarcales.
Los escenarios han cambiado ¿Justo y necesario no? Permitir que las culpas dominen nuestros cuerpos, es altamente peligroso. Las culpas estimuladas por los fundamentalismos religiosos solo buscan que renunciemos a la mujer y al hombre que queremos ser para cumplir a cabalidad con las normas heteropatriarcales y a la vez tratan de justificar todo abuso de poder en sociedades machistas y patriarcales.
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