sábado, 20 de octubre de 2012

Navegando en las olas de la incertidumbre


No os extrañéis si oís correr la voz de que he perdido el juicio y heme vuelto peligroso
Erick Blandón, Las maltratadas palabras.


No sé cómo pasó. El desconocer esas dimensiones me llevaron a pasos de niño a sumergirme entre las olas de lo que consideré una nueva travesía. Distracciones, sueños, fantasías. De eso y más se fue alimentando mi cuerpo, mi espíritu y mi mente. Lo disfrutaba, eso sí. Era mí secreto, y eso me encantaba, que nadie más lo supiera. Nadie me cuestionaba más que yo mismo. Yo era mí propio cómplice.

Innumerables diálogos con mi propio yo surgieron cuando iba camino a buscar el bus, acostado en la cama, o de pronto mientras estaba en actividad -clases o trabajo, por ejemplo-. Por algo me diría uno de mis más respetados y apreciados maestros que muchas veces observaba durante su clase que mis pensamientos se dirigían hacía la lontananza. Mí mirada veía hacía un punto fijo que me desconectaba del mundo real y me transportaba a una incertidumbre total. Por momentos me envolvía la frustración o me cubría la nostalgia.

También me llenaba de jolgorio, y pronto nuevamente me atrapaba la tristeza y mis energías se consumían. Era un completo ir y venir de emociones. Mi personalidad se convirtió más cambiante que nunca, como la de un camaleón. En ocasiones mi estado anímico era como el de una persona que ha dormido lo suficiente durante la noche y refleja el confort de haber tenido un placentero descanso con una marcada sonrisa en su rostro. De pronto me transformaba en una persona que, quizás no ha dormitado lo suficiente, y que todavía el estrés por pensar en lo todo lo que le espera durante el día, le agobia y amarga su existencia, proyectando una enorme frustración, sin que los demás supieran porqué, pero que igual se convierten en víctimas de ese mal humor, sin tener culpa alguna. Pero la verdad, en esos momentos, prefería que nadie me hablara, quería alejarme, dedicar tiempo a navegar en la sombría soledad de mi incomprensión, de forma que no me encontrara en la situación de verme obligado a fingir el aparentar tranquilidad, aunque innumerables veces así fue, hasta me volví en un experto.

En general, Me costaba reconocer lo que sentía. Me decía que la conclusión a la que creía haber llegado era extremadamente impulsiva, por lo tanto tenía fundamento para pensar que estaba errado. Por instantes esa percepción se convertía en una justificación para poner punto y final a ese ir y venir que exploraba. En otros momentos sí me reafirmaba tener certeza absoluta de lo que sentía. En esos momentos todo, todo me parecía bonito -como dice una canción de Jarabe de Palo-. Decidí sentirle sabor a la frustración -robándome ésta expresión de mi surrealmente amigo Waldir-.

Me propuse disfrutar cada momento. Pensar en lo que sientía en ese instante y no en lo que podría ocurrir mañana, porque todo es cambiante. Lo que vivo hoy, en cualquier momento llegará a su fin -me dije-. Decidí entregarme a lo que me hacía ver la vida de colores. Disfrutaba y agradecía a la vida por descubrir eso que sacudía mi cuerpo. A veces la dimensión de lo onírico se apiadaba de mí y las Diosas y Dioses del Olimpo me concedían experiencias irrealizables en el mundo que llamamos real.

Eran aventuras únicas. Exquisitamente placenteras. Definitivamente que disfrutaba al más alto nivel de esos placeres que me obsequiaba el mundo de los sueños. Habían días que la negatividad me llegaba y me cubría la idea de que estaba loco, que debía pasar un borrador a esa historia. Me esforzaba porque esos fueran efímeros episodios y reforzaba la idea de que aferrarme a que sucediera lo evidentemente irrealizable me llenaría más bien la vida de mala vibra. Recordaba una reflexión que en una conferencia filosófica escuché “por qué todo y no nada”. Y me decía, por qué no celebrar también de qué nada suceda. Así decidí lanzarme a una vida "llena de espuma, como la cerveza", como leí una vez en un cartel durante un festival. Me dejé guiar a ese ritmo, gobernado por la incertidumbre, para descubrir hacía donde me llevarían las olas de esa extasiante y loca travesía.

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